Heiner Müller, flechazo, amor a primera vista o puede que no. Todo un recio y duro señor. Le conocí en 1994, un amigo buscaba un texo para preparar una prueba y consiguió hacer aparecer, como por arte de magia, Hamlet Machine, ante mis atónitos ojos. ¿Cómo es posible que alguien pueda hacer ver no sólo estados anímicos al detalle, sino que despliegue, ante tus narices, estructuras tan perfectas?. Andaba yo a vueltas, con que la realidad no me gustaba y me daba la impresión de que teatralmente, no era perfecta, cuando me encuentro con el juego de una elaboración, de ella, exquisita. ¿A quien le interesan llantos moqueantes de 5 minutos a no ser que vivan aún en un laboratorio teatral?. Heiner Müller, era perfecto para mí, obliga al público a contemplar la escena con la distancia adecuada que permite ver los contextos moviéndose a velocidades de vértigo, interaccionando con estados anímicos, vínculos, conflictos. Heiner Müller, es el autor soñado de una artista que también coqueteó con la psicología social.
Irreverente y provocador, a base de contar verdades, que no queremos ver, ni oír, ni saber las descubre en intrincadas relaciones con los entorno socio económicos, políticos y filosóficos que se retuercen con almas que sufren buscando soluciones individuales.
De forma clara y abrumadora, se convirtió en el amor de mis amores en mi mente de directora teatral. Su juego es un buen juego.
Hamlet Machine, el tablero de juegos creativos que duraron años. Y la plataforma perfecta para trabajar habilidades en un actor.
Medea material, mi pesadilla. Remueve núcleos internos de infiernos aterradores y es el sueño de una actriz que quiera dar fe de su valía como profesional.
Cuarteto, es un proyecto futuro que espera aires benévolos.
Hundesalarios, un presagio de los vientos negros que recorren el mundo en este momento.
En extremo, musicales sus texto, convierten, sin esfuerzo, al actor, en un bailarín de palabras que mueve historias del alma ya ennegrecida de sufrimientos. Si le bailas, te encuentras contigo mismo en todas las esquinas del teatro que escucha y vela tu trabajo. Sin querer, descubres, que el hombre no tiene límites ni para bajar a los infiernos, ni para subir a los cielos.
Al director, le requisa el automatismo y la rutina. Lo sitúa en el lugar en el que nacen todos los inicios creativos. El poder de sus núcleos artísticos: trabajo, revolución, sexualidad y muerte revierten, sin compasión, en un esforzado trabajo por desencadenar fuerzas aún no vistas en el escenario. Sino revuelves tu alma ¿cómo pones en pie todas sus palabras?
El resto del equipo artístico, escucha, trabaja y calla.
"El público en la sala de espectadores no mueve ni un pelo. Me voy a casa a matar el tiempo ... " Hamlet Machine.
Pero el público, no es que no mueva un pelo. El público, ríe por dentro, sufre y desde luego, nunca queda impasible ante ninguno de sus elaborados textos.
Müller, nos cuenta, que escribiendo experimenta y yo añado, dirigiéndole no te queda más remedio que experimentar con él. No hay salida. Pero la experiencia es tan gratificante que resulta adecuado, decir, que es posible repetirla.
Bajar con él a una mina de carbón y llevarse pantallas de televisión para contarle cuentos a un actor colgado de una pared a punto de derrumbarse. Prenderle fuego al vestido de Ofelia y dejarla desnuda en escena. Golpear textos contra vigas viejas. Y además, guarda en tu libreta, que montas una comedia y no una tragedia.
De él aprendí que hay que luchar allí donde estés.
De él aprendí que hay que luchar allí donde estés.
Un placer, siempre un placer tenerle cerca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario