lunes, 9 de agosto de 2010

Hablando de Marlon Brando



Marlon Brandon, o el arte de quedarse sin palabras, bajo pena de quedarte corta hablando de un genio.


Elia Kazan, decía de él que era un animal escénico y yo creo que, de eso nada. Brando, es el animal que vive en la escena como si estuviera sólo y en su propia casa. Cuentan que era un tipo que no tomaba aprecio a las convenciones que se exigían de él en el mundo cinematográfico y yo pregunto ¿pero alguien creyó que él no era consciente, de que era el rey, y que solo se dignaba pasear por los platós? Si alguien tiene derecho a estar en un escenario o delante de una cámara, era ese portento.


Cuando yo huía de técnicas actorales que buscan sólo en lo interno, él seguía admirándome por su increíble y fascinante fuerza expresiva de sentimientos complejos. Yo puedo ver bailar emociones en un cuerpo perfecto de actor y puedo apreciar, la clase, con que deposita aquí, en su ceja, aquello del interno perverso de su personaje, para observar, en el mismo gesto, su boca abriendo la potente contradicción de un espíritu sensible y tierno. Pero Brando, no se sustrajo a la idea de mejorar sus habilidades y siendo un animal que saca los versos del alma, terminó coqueteando con la paradoja del comediante a niveles de perfección extrema y empieza a dar clases magistrales de actuación con el método de las acciones físicas, en escenas que dejan, a un actor cualquiera, a punto de morir de un infarto.


Estudiarle es aprender a sacar partido de todo su arte. Estudiarle es misión obligatoria de todo el que quiera pasear por la escena sin sentir el escalofrío de que algo no está en su sitio.

El actor que mejor muere, decía mi profesor de teatro. Y el actor que mejor vive en ese espacio sagrado de la escena. 


Contemplarte en El Padrino, es ver como un monstruo se come a todos los que más o menos se conforman con lo que tienen. La primera escena, es magistral, de espaldas y al lado izquierdo de la pantalla, casi a oscuras y no puedes parar de desear, ver la cara que se oculta de una presencia tan inquietante. Su gesto de rascarse la oreja es una estrategia sutil y hermosa que logra que todos estemos pendiente de esa sombra. La acción de jugar con el gato es perfecta, describe la humanidad que hay en un personaje que habla de formas brutales. 


Verle trabajar con Al Pacino, es desear que este otro animal, salga a trabajar a otra película, donde no esté Brando, para también poder hablar de el arte que hay en él y que aquí deja de brillar al contacto de la iluminación, que por si solo, Brando, consigue en toda la  película.

Yo amo su trabajo.

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