La primera vez que me lleve las manos a la cabeza en una clase - entrenamiento de Teatro, fue porque oí "Un monólogo no es más que un diálogo entre dos".
Cierto, aún no encontré el monólogo que aparentando hablar con las paredes o el mismo aire, no esté dedicado a otro y mientras desgranas palabras y conceptos, no puede parar de imaginar reacciones de un interlocutor que parece estar pero permanece ausente.
La segunda vez que me entró el terror mi fue cuando escuche "Un diálogo no es más que dos monólogos que superponen las palabras, palabras que nunca logran ser escuchadas"
Los protagonistas defienden un status quo, logran hacerlo vendiendo y para ello usan el poder de atracción, la promesa fácil, el miedo con lo que envuelven mil y una acción física creando partituras perfectas.
Los antagonistas están poseídos por el deseo de cambio de partes o del status quo completo, acometen, arremeten o como agua o como viento que embiste utilizan el carisma, la usabilidad del convencimiento y venden la utópica posibilidad aún no experimentada o vivida.
Los extras apoyan y para ello, se ven obligados a tomar partido, a veces, de forma consciente, a veces, sin percatarse de hacia donde les llevan las voluntades de quienes están moviendo las aguas de las escenas.
Todos y cada uno de los personajes viven en el fantástico mundo de las artes escénicas, o allí donde, si no hay conflicto dramático, termina durmiendose la platea. El conflicto existe como eventualidad escénica porque el público que asiste, lo hace para dar mil vueltas al tema para encontrar una solución que, la vida, no permite por no poder permanecer, eternamente, en un espacio de prueba. ¿No puede? Cuando, repites, noche tras noche partituras de texto y de acciones, terminas queriendo salir de ese bucle eterno y allí, donde las gentes externas a nuestro entorno, vive a gusto creando escenas dramáticas o trágicas compuestas por eternos monólogos que hablan con el otro y diálogos hasta el infinito monologados, quien hace y deshace en las tablas de un escenario, tiende a desestimar el juego del mito del "eterno retorno" ¿Porqué no podrían dibujarse las escenas de la vida como eternos espacios de pruebas?
Sin la aficición enfermiza por el conflicto desaparece, la agonía del que necesita ganar a toda costa. Desaparece la perpetua obsesión por la sumisión con la cara enrojecida de furia cuando estima volverse embestida y se diluye la aparente masa que nada, casi sin cara, a tu lado.
Dialoga, dialoga que algo ¿Queda?
De mis vivencias más satisfactorias extracto lo que termina siendo "diálogo" cuando el mal actor deja de hablar y estima ponerse a accionar y es la habilidad de estructurar frases que si quieren ser escuchadas cuando son atadas a la cola de quienes se alinean para dar solución a "problemas" manteniendo la intención de dar satisfacción y cabida a todas las intenciones y deseos de esos personajes que hoy se adoran y mañana se matan entre ellos, tomando, como ejemplo, esos momentos donde cada actor o técnico defiende, construyendo con esmero cada diferencia para dar salida real y perfecta, a todo el proyecto.
Allí, en esas mesas de trabajo o tirados en los suelos que acojen el sudor de intensas clases de expresión corporal o, apoyados en las sillas que toman reflejo de caras ocupadas en dar con la medida justa para que su pequeña tarea encaje, en toda la pieza. Todos sabiendo, todos pendientes del mensaje, todos al loro de los pasos que hay que inventar para lograr que la platea se levante en murmullos con la sana intención de ser escuchados olvidando el monólogo eterno donde ¿queda? o simplemente despierta la necesidad de crear una nueva partitura que poner a prueba en vidas perdidas en la eterna repetición de los mismos conflictos.
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