jueves, 10 de junio de 2010

Hablando de Uta Hagen

Uta Hagen o el valor de la técnica de un actor.


Un cuerpo perfecto que pueda expresar emociones, sentimientos y gestos inverosímiles precisa de diferentes técnicas para trabajar en profundidad. Ha de adquirir perfecto control y colocación. Percepción cinética y cinestésica. Adquirir reflejos y flexibilidad y fuerza. Entrenarlo a la respuesta inmediata de la imaginación con una gestualidad natural y espontánea.

La voz trabajada como instrumento, afinada hasta las últimas consecuencias. Dominado el control y la colocación de todo el aparato fonador. Claro estudio de patologías y conocimiento exhaustivo de soluciones. Entrenamiento constante para que de respuesta inmediata a la imaginación más apabullante, desglosando sutilezas de sentimientos en millones de tonos y ritmos.

La dicción facultad de la comunicación extrapolada, estudiada, desbrozada, machacada hasta conseguir la absoluta perfección y control del lenguaje.

Ejercicios y ejercicios y más tarde ejercicios.

La cordura del trabajo constante. La perfección invisible que hace creer al público que es algo muy fácil.

El actor debe saber que, dado que es un instrumento, debe ponerse al servicio del personaje y utilizarlo con la misma destreza con la que el violinista hace música con su violín. El hecho de que el cuerpo de un actor no sea como un violín no significa que la técnica sea más fácil de adquirir.

Cuando Uta Hagen apareció en mi vida yo ya era del todo consciente de la importancia de la técnica en un actor mi implicación en el esfuerzo de convertir todo mi ser en un instrumento de infinita precisión era el trabajo diario. El correr detrás de profesores generosos y sabios el juego de cada segundo. La aportación de Uta derivó a detalles mínimos y aparentemente sin importancia. Igual que hizo Michel Chéjov, ella volvió a dotar de dignidad una profesión que amaba pero a la que todos temen, a no ser que salgas en TV para tu familia y amigos cercanos. Más y por otro lado, los que temen que tu brillo en el escenario les quite protagonismo no merecido.

Seguía siendo la época de la revolución silenciosa. De oscuros galanteos con directores que, por mucho que quisieran correr, nunca me daban alcance. Disfrute absoluto de los juegos escénicos, sin tener, que dar explicaciones, sin contar los misterios que, al desvelarse, pierden la magia. Revisión constante de las relaciones con la figura del director.

Ella vino a dar con el consejo más práctico ¿Cuando un director te haga preguntas tontas? respóndele más tontamente "No sé. Siento la escena como el octubre azul"

En aquel momento alguien me preguntaba la razón que tenía mi personaje para pronunciar una frase corta. Querían saber si la razón de esa contestación provenía de algún problema en vidas pasadas o si las circunstancias externas provenían del trauma infantil que provoco un mal karma. Absurda pregunta que pretendía "aparentar" técnica para vanagloria de un director que fue contestada con el juego de Uta Hagen. Ella me dio alas.

Y a vueltas, es lectura y trabajo obligado para quien quiere hacer un arte de este trabajo a pesar de los focos, los aplausos y los ramos de flores, acompañados de entrevistas tontas.

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